No todo lo que brilla en el universo es oro

 

A un año del anuncio de BICEP2, la ilusión de haber detectado el origen mismo del universo se desvanece ante el rigor de la evidencia científica.

Hace casi un año el experimento BICEP2, liderado por John Kovac de la Universidad de Harvard, anunció un descubrimiento extraordinario: Desde las gélidas latitudes del Polo Sur habían detectado por primera vez evidencia de la física que gobernó al universo casi en el instante mismo del Big Bang. Eran los efectos de ondas gravitacionales. El anuncio, revolucionario, daba sustento empírico a la teoría de Inflación, la cual ha sido discutida por más de tres décadas.

Según esta teoría, en los instantes posteriores al Big Bang, el universo se habría expandido exponencialmente, inflándose como una burbuja desde una escala inicial microscópica hasta conformar la enormidad cósmica que conocemos hoy. La gracia de Inflación es que permite explicar muchas de las propiedades del universo, como su extrema homogeneidad e isotropía (parece igual en todas direcciones), su geometría plana o la forma en que se distribuye la materia. Su detección, por lo tanto, sólo podría ser comparada con el descubrimiento del bosón de Higgs, o “partícula de Dios”, y sin duda haría a sus descubridores serios candidatos al cotizado premio Nobel.

"Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias" — dijo Marcello Truzzi.

La evidencia en este caso corresponde a una minúscula señal contenida en la radiación de fondo cósmico de microondas, o más específicamente en su polarización, la cual revelaría la presencia de ondas gravitacionales en el universo temprano. Dichas oscilaciones del espacio-tiempo, predichas por la teoría de la Relatividad General de Albert Einstein, sólo se podrían haber originado durante la inflación, por lo que la detección de dicha señal —además de ser la primera detección de ondas gravitacionales— implicaría que efectivamente dicho periodo inflacionario existió.

Por supuesto, el revuelo en el mundo científico tras el anuncio fue mayúsculo, desencadenando quizás una de las más bellas expresiones de como debe funcionar la ciencia. "Dudo luego existo" — dijo René Descartes.

Para que una afirmación científica sea aceptada, primero debe pasar por el rigor del más escéptico de los escrutinios. Las dudas no se hicieron esperar. En este caso los dedos apuntaban a la Via Láctea: ¿No será que la señal detectada proviene en realidad del polvo de la galaxia y no del fondo cósmico? Hasta ese momento se sabía muy poco de las propiedades del polvo interestelar, especialmente de su polarización en las longitudes de ondas del experimento realizado.

La respuesta vino de PLANCK, un satélite europeo que midió la radiación de fondo en todo el cielo. A diferencia de BICEP2 —o de su hermano gemelo KECK— PLANCK es más sensible a la presencia de polvo. Si bien se trataba de dos grupos rivales, ninguno podía resolver el misterio por sí solo, por lo que debieron unir sus fuerzas combinando sus preciosos datos para realizar un análisis en conjunto. Luego de varios meses de tensa espera la respuesta se reveló al mundo en febrero: la señal detectada por BICEP2 perfectamente podría deberse a polvo interestelar y no a ondas gravitacionales. Tendremos que esperar. Hay que entender el polvo primero.

A mi parecer este es un hermoso ejemplo de cómo funciona la ciencia. Más allá de los egos personales, de la connotación e influencia de ciertos nombres, o de los deseos y opiniones vertidas en la discusión, al final es el peso de la evidencia, ante la dignidad de la duda —que sustenta a la ciencia—, lo que determina la razón.

Nota: La presente columna fue redactada por el astrónomo del Instituto de Astrofísica de la Universidad Católica de Chile, Rolando Dunner y fue publicada el 15 de abril en el medio electrónico EMOL, para ver el texto original revise aquí

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20150415 - Fuente: EMOL    


     
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